Nacionales y provinciales

El Papa y el presidente argentino: nada personal

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Andrés Beltramo Álvarez – Ciudad del Vaticano: Detrás del frío que caracterizó la audiencia privada entre el Papa Francisco y el presidente argentino, Mauricio Macri, se encuentra una preocupación del pontífice por la situación económica de su país.

 

Aún resuenan en Argentina los ecos de la distante audiencia privada entre el Papa y el presidente de ese país, Mauricio Macri, dos semanas atrás. Un encuentro frío, sin sonrisas cómplices ni chistes de ocasión. Apenas 22 minutos. Muy corto, incluso para los diplomáticos más optimistas. Por ello Francisco se hizo acreedor de severas críticas. Duros descargos. De referentes políticos y de católicos de a pie. Pero aquellos gestos gélidos no se explican desde una molestia personal, ni desde las mezquindades políticas domésticas. El pontífice está realmente preocupado por su país y también por un delicado entorno geopolítico.

“Fue el encuentro de dos viejos amigos”, dijo Macri tras el diálogo privado en la biblioteca del Palacio Apostólico, la mañana de aquel sábado 27 de febrero. Su comparecencia ante los periodistas duró 17 minutos y no ofreció titulares. Y el presidente sólo pudo decir concretamente que el líder católico le pidió no dudar a la hora de responder a “los problemas graves de la Argentina, en especial el narcotráfico y la corrupción”.

Del comunicado vaticano emitido después, una parte de la prensa argentina destacó que el  “cordial coloquio manifiesta el buen estado de las relaciones bilaterales existentes entre la Santa Sede” y el país sudamericano. Pero eso no era noticia. Dicha constatación, redactada en esos mismos términos, forma parte de la casi totalidad de boletines difundidos por la sala de prensa vaticana después de las audiencias oficiales. Una mera formalidad diplomática. Aún así fue recogida, en un intento –quizás- por presentar al encuentro con Bergoglio como un éxito.

No lo fue. Así lo reflejaron los medios del mundo. Y eso multiplicó las especulaciones. “¿El Papa odia a Macri?”. La pregunta era recurrente en los cafés de Buenos Aires. Pero la actitud de Francisco lejos estuvo de manifestar un problema personal. Varios detalles lo demuestran. Por ejemplo el pontífice decidió romper el protocolo y permitió a la primera dama, Juliana Awada, acudir a la cita. Una deferencia sin precedentes, considerando que ella es la tercera esposa del mandatario y las divorciadas, hasta ahora, nunca saludaban al pontífice en visitas oficiales.

La postura de Bergoglio se inscribe en una toma de distancia con el rumbo adoptado por el gobierno argentino en sus primeros meses. Desde el inicio de la administración macrista, en diciembre pasado, el Papa optó por mantener un total apego al dictamen protocolar. Ningún gesto de especial cercanía salió de Santa Marta con destino a Buenos Aires. Y algún cercano colaborador del pontífice que contravino –involuntariamente- esa voluntad, terminó fuera del primer círculo papal.

Una toma de distancia reforzada por otros gestos. Uno de ellos fue el envío de un rosario pontificio a Milagro Sala, la líder de la organización social Tupac Amarú acusada de diversos actos de corrupción y detenida con un discutido operativo. El otro, una reunión privada con dos referentes de los movimientos populares argentinos, justo cuatro días antes de la audiencia con el presidente.

En la misma casa Santa Marta, el 23 de febrero Francisco dialogó por dos horas con Guillermo Robledo, presidente del Movimiento Helder Cámara por la Paz entre las Religiones y los Pueblos, y Eduardo Murúa, cabeza del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER). Esa reunión se fraguó mucho tiempo antes. Se pensaba que podía tener lugar durante el viaje apostólico en México, en el encuentro con el mundo del trabajo de Ciudad Juárez el 17 de febrero.

En la cita, finalmente concretada en Roma, el Papa habló de “salvaje ajuste” en su país. Y dijo recordar el “revanchismo hacia los sectores populares” que tuvo lugar en Argentina en 1955, después del sangriento golpe de Estado contra el presidente Juan Domingo Perón. Usó esas palabras para referirse a una ola de despidos que se ha abatido no sólo sobre la administración pública, sino también sobre el sector privado, y otras medidas que –a decir del pontífice- “agudizan los problemas de los pobres y de los trabajadores”.

La reunión con Robledo y Murúa tuvo como objetivo entregar al obispo de Roma una propuesta para la creación de un Observatorio sobre el Sistema Financiero Mundial, organismo que vinculará a los movimientos sociales y a la Iglesia Católica. Y esto no es casual. Porque, a final de cuentas, en el centro de la preocupación papal está el reciente (y festejado) acuerdo entre la administración de Macri y los llamados “fondos buitre”, los entes de la finanza internacional que sofocaron a la Argentina y precipitaron su quiebra en 2001.

Por eso tampoco es casual que, en los últimos días, un grupo denominado “Generación Francisco” -compuesto por personajes cercanos a Jorge Mario Bergoglio en su tiempo argentino-  lanzó una carta pública pidiendo explicaciones sobre puntos delicados del acuerdo con los “holdouts”.

Entre otras cosas el texto denunció que la actual administración, “integrada por CEOs de varias de las entidades financieras y bancos que nos han llevado al estallido del 2001” recibiría, gracias a un proyecto de ley en debate por estos días, “un cheque en blanco que le permitiría  efectuar nuevos acuerdos sin intervención del parlamento y podría suscribir empréstitos sin límite de monto ni razón que lo justifique, inclusive modificando a su arbitrio el presupuesto nacional”.

“¿Por qué no se informa si se ha realizado algún estudio sobre las posibilidades de repago de la nueva deuda para evitar una vez más entrar en un espiral de endeudamiento sin fin?”, añadió el manifiesto.

Argentina ya vivió dicha espiral de endeudamiento y Bergoglio vio de cerca el resultado de esas operaciones, más propias de la usura internacional. Él formó parte de la comisión que buscó paliar los impactos de la crisis de 2001, que condenó a la pobreza a cientos de miles de personas.

Ahora, en el entorno papal interpretan el acuerdo del gobierno con los “fondos buitre” como el retorno por sus fueros de los mismos organismos financieros que decretaron la explosión argentina 15 años atrás. Agentes a los cuales, como Papa, ha denunciado públicamente una y otra vez. Agentes que se han convertido, por ello, en sus enemigos acérrimos. Agentes para los cuales la palabra de Francisco resulta algo más que incómoda, y que están empeñados en minimizar su impacto donde sea: en Medio Oriente, Estados Unidos y, por qué no, también en su país natal.

Ya no se trata, entonces, de una cuestión de simple política doméstica. Se habla de un ajedrez geopolítico mundial, en el cual Francisco es un gran jugador y ante el cual ha tomado una posición muy específica. Es natural que no pueda sonreír ante aquellos poderes con quienes tiene un profundo frente abierto. Sobre todo si estos quieren colarse en su Argentina.  

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